Nuestro mejor alimento - Ligia Aguilar  

   

 

Soy profesora de corazón. Me decidí muy joven a estudiar magisterio, sin plena conciencia de lo que significaba en términos profesionales y humanos, pero sí de que era lo que quería hacer en mi futuro. Atiné. Lo sé muy bien ahora en mi adultez. Sin embargo, aquella jovencita que decidió su camino a los 15 años, nunca imaginó los altos y bajos que implica ser maestra en un país como Honduras. De verdad se los digo. En mi línea de trabajo, he podido visitar escuelas a lo ancho y largo de este generoso país, desde centros de educación prebásica hasta de educación media. He conversado con docentes, madres y padres de familia, líderes comunitarios y niñez de diferentes latitudes; y si de algo estoy convencida, es de que:

1. La única alternativa para acceder a una vida digna (quitando la narcoactividad, el crimen organizado o la política, con el perdón de los NO corruptos) es la educación; y,

2. Es el cuerpo docente hondureño: magníficas mujeres y maravillosos hombres que día a día, y a veces con mucha dificultad, contribuyen al cambio, al aprendizaje y hasta al buen vivir de la niñez y juventud de Honduras.

Es a estos hombres y a estas mujeres que me dirijo hoy. Quiero compartirles la buena nueva que, en mi modesta opinión, puede (y debe) contribuir a esa formación de la ciudadanía que aspiramos. Como docentes, a menudo nos asalta la pregunta de cómo estoy contribuyendo a la formación de mis estudiantes: no únicamente a sus competencias de lectura, o de las matemáticas y científicas, sino también, y según la UNESCO, a las más importantes, aquellas que procuran el bien común, el bien cultural, social, comunitario[1].

Pero, y eso, ¿cómo se hace, cómo se comparte con la niñez y juventud? ¿Si no tenemos aulas equipadas, no tenemos libros, no hay pupitres? ¿Qué hacer si hay violencia por todos lados, hay pobreza por todos lados? Las respuestas a estas interrogantes, lamentablemente, nunca son fáciles.

Lo que sí sabemos es que la niñez y la juventud hondureña es talentosa, brillante, creativa, curiosa, positiva, con sueños y aspiraciones. ¿Cómo ayudarles a canalizar esta potencialidad y convertirla en realidades? Tampoco tengo una respuesta integral para esta pregunta; lo que sí tengo son buenas noticias para mis colegas docentes.

Editorial Guaymuras, nuestra Editorial Guaymuras, ha anotado un gol sin precedentes, al publicar, recién el año pasado, siete indelebles libros de literatura para niños y niñas. Esta su servidora, que se jacta de disfrutar de buenos libros de literatura infantil, tiene la fortuna de compartirles esta buena nueva.

Sabemos que la lectura, como competencia, aún representa un enorme desafío; y la lectura como hábito, ni hablar. Son docentes, asociaciones, oenegés y otros, quienes se han dado a la tarea de apoyar a la escuela en el desarrollo de las habilidades de la lectura y del hábito lector. Sin embargo, el acceso a libros de calidad es un desafío muy espinoso.

Por un lado, los pocos libros circulantes o están “viejos” o están dañados y, por otro, aun con la televisión y las redes sociales, son muy pocos los que nos hablan de lo nuestro, de nuestros hombres y nuestras mujeres, de nuestros pueblos y nuestra cultura, de nuestro bosque y de nuestras playas, de nuestra fauna, de nuestras aventuras y de nuestro propio sentido del humor, parte vital de la conexión con la niñez y la juventud.

Si me voy a poner científica y pedagógica, debo decir que la información es contundente en cuanto a que solo formaremos lectores efectivos y alegres, en la medida que haya libros y material de lectura que satisfaga la curiosidad y el interés de niñas y niños. Por otro lado, desde el enfoque sociocultural para el aprendizaje de la lectura[2], cuando la niñez reconoce su lenguaje oral y escrito en libros o materiales de lectura, comprende con mayor facilidad y disfruta.

También desde esta perspectiva, al reconocer su cotidianidad (rural o urbana) a través del lenguaje escrito, el niño y la niña reconocen formas de participar, de recrear, de ejercer ciudadanía pero, sobre todo, se identifica con una posibilidad real y esto puede utilizarse para propósitos sociales, culturales, pedagógicos y económicos de transformación y bienestar.

Con esta introducción, retomo las buenas nuevas de Editorial Guaymuras, y digo sin titubeos que estos libros deben estar en todas las escuelas, en todos los hogares y ser leídos por todos los docentes que aspiramos a contribuir con una educación que, más allá de enseñar a leer y escribir, diría Paulo Freire, también liberará.

Estos libros, ilustrados a todo color, y con el talento de un equipo de ilustradores e ilustradoras hondureñas de primera, son una fiesta para el paladar lector. A continuación, hago una pequeña reseña de cada uno de estos bellos libros.
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[1] Para más información, remítase al informe de la UNESCO Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial?, 2015.

[2] Para información adicional sobre el enfoque sociocultural para el aprendizaje de la lectura, ver estudios de Cassany y Lerner, entre otros.

 
   

 

~ Biografías infantiles ~

La maestra Choncita
: Para los que no sabíamos, Visitación Padilla era nada menos y nada más, maestra. A través de una cándida relación entre abuela y nieta, María Eugenia Ramos, la autora de este libro, nos adentra en la sorprendente vida de Visitación Padilla, sin duda, una de las prominentes mujeres del país. Escrito de manera magistral, con una prosa sencilla y líneas profundas con las que dibuja a cabalidad a Visitación Padilla. Es un texto que todo niño y niña de nuestra Honduras, debe leer.

Lluvia de luciérnagas. La fantástica vida de Francisco Morazán: Escrito por el equipo de Editorial Guaymuras, narra la vida de nuestro héroe insigne desde sus primeros años hasta su muerte en San José de Costa Rica. Desde una perspectiva lúdica y una apegada marca biográfica, nos hace recorrer, de una forma diferente, las gloriosas páginas de nuestra historia escrita para nuevos lectores.

La niña que nació para ser poeta. Clementina Suárez: Nuevamente bajo la autoría de María Eugenia Ramos, este libro nos sorprende con la admirable vida de Clementina Suárez, sin duda, una poeta excepcional cuya huella es imborrable en las letras hondureñas. Desde sus primeras inquietudes literarias en Juticalpa, Olancho, hasta sus últimos días en Tegucigalpa, este libro nos llena de esperanza para la construcción de una nueva mujer en Honduras.

El viajero que retrató un país. Jesús Aguilar Paz: Conocido generalmente como el creador del primer mapa de Honduras, la vida de Jesús Aguilar Paz fue extraordinaria. Manuel de Jesús Pineda, reconocido autor hondureño, nos revela en este libro la calidad de autodidacta y aprendiz eterno de este intachable hondureño. Un deleite para la niñez y juventud con inquietudes científicas. Un modelo a seguir y con el cual inspirar a nuestra niñez.

~ Cuentos, relatos y más ~

Tengo una abuela de cien años y un poco más
: Escrito por Julio César Anariba, profesor, escritor y, sobre todo, empecinado lector. Esta es una bella historia sobre una hermosa abuela lectora y su nieta, desarrollada en un ambiente campestre de nuestro país. Lenguaje poético, dulce, emocional, el lector debe prepararse para llorar, para recordar, para conocer y amar a todas nuestras abuelas.

Sieteperezas: ¿Sabían que había un niño hondureño, al que le llamaban Sieteperezas? Este libro, también escrito por Julio César Anariba, es una muy buena historia para niños y niñas. Capta de inmediato nuestra atención porque nos relata la increíble historia de un niño tan, pero tan, pero tan perezoso, que ni las candelas de su pastel de cumpleaños quería soplar. Es un relato cómico, con un alto sentido del humor y un profundo amor a la niñez, una loa al amor entre los niños y las niñas; en fin, un texto lleno de vibra infantil, les encantará.

Zompopito y sus amigos: Este libro, escrito por Guillermo Anderson y publicado póstumamente, nos cuenta la historia de Zompopito y su travesía por un bosque tropical en auxilio a una de sus amigas. Con el inconfundible ritmo y el toque único, musical, del inolvidable cantautor hondureño, niños y niñas disfrutarán su musicalidad, su colorido y apreciarán el valor de la amistad.

Si somos una gran familia en Honduras, podríamos decir que hay un rico pan salido del horno de nuestra casa, y que vale la pena reunirnos para compartirlo en nuestra mesa, porque estos libros son el mejor alimento con el que cuentan nuestros niños y niñas. Les invito a conocerlos, a apreciarlos y a saborear con el corazón nuestro mejor alimento.